De repente, la música empezó a ensordecer sus oídos, estaba tumbada y solo podía ver una ostentosa lámpara con multitud de cristales de colores que se movían con un balanceo incesante. Intentó relajarse, coger aire, retenerlo y luego expulsarlo poco a poco, tal como le contó su prima Rosario que tendría que hacer para no sentir dolor; a ella le había funcionado…pero le era imposible. Cerró los ojos y unas lagrimillas empezaron a brotar, mientras escuchó la voz de la “ajuntaora” que enseñaba con orgullo el pañuelo a los patriarcas.
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