Nunca aprendí
a coser, lo reconozco.
No conseguí
bordar mis iniciales,
planté el punto
de cruz en otros paños,
junto a
nidos de abeja ya fruncidos.
Lanas y “el
Gato Negro” me liaron,
botones en
Pontejos, y bobinas,
petit point
en pañuelos decorosos
cintas de
terciopelo, lazos rosas
murieron
como tristes abalorios.
No pude
terminar la canastilla
de blanco papel
seda y azulete.
El cojín de
arpillera color carne
rebuscó su
acomodo en otra espalda.
Mi alfombra
desató todos los nudos,
hay
demasiado frío en este otoño,
me saldrán
sabañones nuevamente.
Han vuelto
más oscuras golondrinas
y la muñeca
azul tan bien vestida,
camisa y
canesú, como dios manda.
Y si rompo a
llorar, ya sin remedio
me
recompongo y luzco descosida
con los
flecos colgantes desahuciados,
la
cremallera abierta y desdentada,
y el bajo a
su merced, un poco largo.
Hoy ya no
tengo a nadie que me cosa,
remiendo mis
torpezas con mi hija
que aprendió
a hacer el punto del derecho.
Una buena
mujer, de las de antes.
FOTO: GETTY ( dE SmODA. EL PAÍS )