Soy una de las hermanas Gilda, de la familia Trapisonda. Alguna vez, pasamos más hambre que Carpanta, pero nunca perdimos la sonrisa.
Jugamos a la peonza con Zipi y Zape. Encargamos chapuzas a Pepe Gotera y a Otilio cuando Rompetechos hacía a la perfección su trabajo.
Vivíamos en la 13 Rue
del Percebe, sin ascensor ni botones Sacarino. Anacleto , detective, era el vecino del quinto. La familia Cebolleta, la más famosa. La de Ulises, la más simpática; Las de Pi y la Churumbel tenían solera en el barrio. Abuelita Paz nos quería a todos, y todos adorábamos a Manolón, y a su camión. Nos escondíamos cada vez que salía Doña Urraca con su paraguas rojo en la mano. No teníamos criada, como Petra, la que servía a Don Pío, primo hermano de Gordito Relleno.
Cuando nació Angelito, el más peque de la casa, vinieron todos los de fuera a visitarnos. Agamenón, el más bruto de su pueblo, Apolino Taruguez, el negociante, padrino de Pitagorín, listo y repelente como él solo; los señores de Alcorcón y el holgazán de Pepón que no daba un palo al agua, era un tío con suerte, casi tanta, tanta como el feliz Feliciano.
Por ahí andaba la panda con todos sus elementos: Johny el flaco, Antón el gordo, Poli el salado, la extranjera Dolly y
Lupita.
Los domingos jugábamos al fútbol, Pedrusco era nuestro equipo, y Pepe el Hincha era el Mister.
Teníamos hasta nuestro propio caco, Bonifacio. Nos salvaban SuperLópez, o Mortadelo y Filemón los agentes de la T.I.A.
Don Anito con su Toby que ladraba al más pintado.
Esta es una crónica, digna de Tribulete el reportero, y “es todo falso, salvo alguna cosa”, frase memorable que inmortalizó al famoso personaje Don Mariano Rajoy el presidente, basándose en su filósofo de
cabecera: el ínclito Pepe Trola.