Ese perfume a bar
se derramaba en el perchero.
Amoniaco y jabón
en sus rodillas desgastadas
y el cenicero lleno de silencio
con humo de cigarros apagados.
Iluminado pan y miel espesa,
olor a caramelo en el rellano,
a café de puchero los domingos.
Olor a matadero sobre el puente
cuando éramos las niñas de sus ojos.
Olor a naftalina en los armarios,
aroma a “Heno de Pravia” en mi flequillo,
olor a tocadiscos,
Los Bravos y Tom Jones en ese estuche.
Fragancia a libertad,
a números ordinales engañosos.
Ahora fuera ya de esa colonia
escribo mis poemas sin sentidos
con esencia arrancada a mis recuerdos.
Salitre de otro mar y ambientadores
disfrazan ese olor como a cerrado.
Y así, ventilo.