Urgencias.
Ruidos intermitentes.
Voces rotas.
Luz engañosa, mal descanso.
No sé yo del dolor ajeno,
más que escuchar el quejido interminable
de las vidas que se van quebrando poco a poco.
Malestar, horas perdidas, pasos lentos,
vómitos, diarrea, Sintrón.
— Tengo frío, hace calor, apaga esa luz que molesta.
— No tengo fiebre, saturo bien, o eso me dicen...
Pero el oxígeno vuela cada vez más afuera, desconectando
hidrógeno, agua…
Ya están aquí.
— Doctora, no sé qué hacer,
mi madre vive sola, yo con ella también.
La soledad no se cura,
se alivia, se ponen parches.
— He olvidado tu nombre, hija mía.
— No sé el día que es hoy.
— ¿Tomaremos las uvas en casa?
Este año agoniza y yo estoy desnuda.
Mis pechos pequeños cuelgan a la luz del fluorescente.
Quiero fumar y no me dejan.
Ese cigarro soñado tantas veces,
se esfuma como la esperanza
en esta sala de espera.