Vuelvo a casa después del bombardeo. El aire ciego y sordo
me hace daño, estoy temblando junto al fuego. Necesito respuestas, ruido para
saber que sigo viva.
Desentraño palabras entre escombros, algunas de ellas hieren y el mundo se
contempla cabeza abajo. Sin poder respirar, el silencio apacigua y a veces es
mejor que la mejor de las historias. La verdad se ha escondido tras el velo que
quiero levantar palmo por palmo; sigo adelante quieta y rutinaria, con la
sangre emergida entre los ojos, con el horror reseco a flor de labio, con la
piel escondida.
Imagino el olor a miedo de la infancia y la infelicidad de
tantos días cuando la única razón para vivir es huir del infierno.
Componer poemas desangrados, romper la brecha del hastío con
la posibilidad de fuga.
No hacer casi nada para hacerlo todo aunque el alma duela y
estés sola. Ni la Poesía salva. Solo mentir es la salida.
No nos están matando.
Esto no es un genocidio.