Llovía mucho aquella noche, y las luces del coche apenas iluminaban una estrecha carretera…Ella lloraba cada vez más recordando la última noche que habían pasado juntos; y las lágrimas recorrían su cara arrastrando a su paso restos de sombra azul y máscara de pestañas negra. Ya Jamás se volvería a repetir la magia y el encanto de entonces. Ahora solo quería llegar al hotel y descansar, dormir diez o doce horas seguidas y después de un buen desayuno con huevos revueltos y zumo de naranja, como a él le hubiera gustado, partir, partir…sin rumbo fijo.
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