- Y además nos hace daño, Angustias, no lo mires tanto que lo vas a derretir con la mirada.
Pero ella, no podía evitarlo. Cada vez que pasaba por aquella pastelería tan dulcemente decorada, se paraba y recordaba cuando era una niña y miraba los pasteles, los vinillos, las piruletas y las bolitas de anís, con su nariz pegada al escaparate, mientras en su mano apretaba la peseta que le había dado su madre para comprar el pan y la leche del día.
Ahora que podía pagar cualquier dulce que se le antojara, el azúcar de su sangre se lo impedía.
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