Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel; podría ser un teléfono, una fecha, un juego cabalístico, o quizás solo uno más de los muchos tatuajes que cubren su cuerpo. Continúo junto con mi auxiliar desnudándole, y una vez limpio realizo una incisión inguinal para inyectar óxido de plomo, justo a la altura de la boca del dragón que recorre su muslo izquierdo y no dejo de pensar en que el culto al cuerpo llevado a sus últimas consecuencias, es donarlo a la ciencia, como había hecho Santiago, si es que ese era su nombre, el que llevaba tatuado junto al corazón.
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