Virtudes llevaba de maravilla su embarazo pese a aquellos calores sofocantes
del mes de agosto. Aquel sábado había estado toda la tarde en la verbena; al
llegar a casa se tumbó en el sofá a ver “Crónicas de un Pueblo”, que quedaron interrumpidas cuando al
levantarse, notó cómo un líquido templado corría a lo largo de sus piernas. Eran
las nueve de la noche.
A las once, Graciela ante el
espejo en la habitación de la clínica, se sacó el cojín bajo su vestido. En la
radio se escuchaba “ Help!, ayúdame” la canción del verano, y unas frías
lágrimas de emoción se derramaron por sus mejillas.
Una hora más tarde, en la soledad de su despacho con el eco del tierno
llanto de un recién nacido, Sor María
anotaba sus primeros registros como directora de la clínica Santa Justa, mientras
un sudor tibio enfriaba sus manos.
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