El día de San José, mi abuela nos daba dulces por arrobas a
los nietos y a todos los guajes del vecindario; nos gustaba enredar en la
cocina, entre pucheros, fogones y aquellos platos que ella guardaba en la fresquera.
Por el Carmen nos invitaba a limonada y
lenguas de gato, pero lo que esperábamos año tras año con verdadera devoción
era la nochebuena. La abuela nos preparaba frisuelos y nos daba el aguinaldo
que guardaba en su faltriquera, entre cinco o veinte duros según nuestras
edades. Cumplir años tenía sus ventajas.
Hoy, lejos de celebrar el santoral y sometida a una dieta
hipocalórica recuerdo aquellos años con nostalgia y la esperanza de salvar
alguna que otra palabra moribunda.
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