Se dibuja una sonrisa mellada en su cara cada vez que la enfermera pasa a su habitación, le da los buenos días y descorre las cortinas; entonces unos rayos de sol se cuelan por la ventana y él dirige su mirada vidriosa y perdida a su escote mientras ella se abrocha el último botón de su bata que, con las prisas, siempre se queda a medias, y le devuelve la sonrisa pensando que trabajar en un psiquiátrico no está tan mal. Él, por su parte, es feliz cada mañana cuando el hada de blanco aparece misteriosamente y le muestra sus senos.
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