Y restos de lágrimas en las
mejillas que me apresuré a retirar
bastaron para que tía Enriqueta y mi
prima Lucía me dedicaran una mirada de perro, pero yo no pude evitarlo…fue
verle ahí tumbado, con esa cara extrañamente pálida y transparente e inmediatamente
me acordé de la última Nochebuena en casa, todos juntos y él, disfrazado de
vampiro, contando chistes, anécdotas y chascarrillos que nos hacían a todos los
nietos morir de la risa…justo como me acababa de pasar aquella mañana en el
tanatorio.
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