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domingo, 26 de agosto de 2012

Una amiga de Isadora en el mercadillo




Uno de los mejores lugares para relacionarse es una parada de  autobús en un pueblo de veraneo, porque su escasa frecuencia invita a hablar y contar vida y milagros, como le pasó a una amiga mía que se dirigía a pasar una agradable mañana de mes de agosto en el mercadillo. Una vez agotado el tema meteorológico, tan común como recurrente, mi amiga cometió el error de preguntar a la señora que estaba sentada a su lado si era oriunda del lugar o veraneante. La veda estaba abierta: la buena señora le contó a mi amiga que estaba de vacaciones con su hijo, el cual sufría un leve retraso mental o discapacidad psíquica como se dice ahora, que no le impedía hacer una vida medianamente normal. Acto seguido y después de explicarle detalladamente como era su apartamento en cuanto a distribución y de aportar el dato de que era también propietaria de dos plazas de garaje, cosa un poco absurda porque ella nunca había conducido, se adentró de pleno en el meollo de la cuestión. Ya había pasado media hora y no había aparecido ningún autobús y debió calcular el tiempo suficiente para dar una serie de explicaciones que mi amiga recibió de manera ojiplática y turbadora.
-"Mi marido nos ha abandonado"...esta frase que mi amiga tomó en un principio como una forma de hablar pensando que el susodicho se encontraría trabajando en su pueblo donde regentaba un próspero negocio, dio paso al verdadero relato en sí. En efecto, no era una forma jocosa de expresarse, el marido les había abandonado tres años antes por una jovencita de veintitantos, veintiocho para ser más exactos. Debido a la leve discapacidad de su hijo, la señora decidió pedir ayuda a los servicios sociales de su localidad para que le proporcionasen una persona que le echara una mano...y¡¡¡ vaya si se la echó!!!!
-"Tenían que haberme roto las piernas ese día"...con esta lapidaria frase, la señora expresó su lamento a mi amiga. Según ella, la cuidadora de veintitantos y vecina del pueblo a la sazón, empezó a mostrar un desmesurado interés por su hijo, llegando ella misma a plantearse proporcionarles una habitación para hacer vida marital en la planta superior de su domicilio. Lo que ella desconocía, aunque parece ser que todo el pueblo sabía, es que el interés desmesurado iba dirigido a su esposo, padre del esperanzado novio a la sazón.  La señora hizo a mi amiga una descripción tan minuciosa de la jovencita de veintitantos, llegando incluso a hacer mención a sus gustos en cuanto a cremas de la cara y ropas y botas caras.

A esas alturas del relato, mi amiga ya había abandonado su interés en llegar al mercadillo, solo quería conocer más y más de la historia, así pues empezó una rueda de preguntas muy lógicas, por otra parte.
- "Pobrecillo su hijo, ¿no?, lo pasaría mal..."
- "Claro, hija mía, tuvimos que acudir los dos al psiquiatra"
-"Ya..."
- " Mi padre se ha fugado con mi novia, decía el infeliz..."
En estas situaciones, cualquier cosa que digas huelga...es decir, la señora abandonada solo quería que alguien la escuchara, sin más; aún así, mi amiga recurrió a frases leídas en algún manual de autoayuda tipo: - " Tendría que ser así, una puerta se cierra y dos se abren, usted puede rehacer su vida..." en realidad lo que le hubiera apetecido decir a mi amiga era: "Menudo hijoputa, ya volverá el paleto de mierda cuando se canse de pagar facturas de El Corte Inglés de la enana pueblerina de gustos caros que ya ni siquiera se la chupa..."
El autobús apareció después de una larga hora y unos cuantos sudores pero mereció la pena. Mi amiga pasó un rato divertidísimo y pensó que si tuviera un blog escribiría un relato de lo sucedido, y la señora abandonada se desahogó ahorrándose los noventa euros que le cobraba su coach..¡¡¡todos tan contentos!!!!

A mi amiga le encantó el mercadillo de la localidad veraniega, se compró una camiseta de marca, una crema de marca, una cartera, unos calcetines, y unas sandalias monísimas...todo ello por veinte euros.
Aunque recibir una invitación para conocer Senegal en un cuatro por cuatro por un vendedor de figuras de madera oriundo de dicho lugar, no tiene precio... y merece un relato aparte. El vendedor se llama Mamadou y otro día les contaré su historia.








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