Tengo por costumbre desde hace tiempo viajar en metro y escribir poemas movedizos, como este. Leo entre líneas historias que me inspiran. Casi todos los días pasa igual, correr bajo la música que anuncia la partida, pies que descienden a lo más hondo de los versos, puertas que se abren, otras se cierran. Respiro lenta, fatigosa
tras la huida…No hace falta segundero para llegar a tiempo a la cita. En el asiento de enfrente, una pareja se ataca suavemente, a mi lado, una chica se empolva la nariz mientras una lágrima consigue escapar entre los barrotes postizos de sus pestañas…
Transbordo, cambio de escena. Una música a veces inoportuna, se cuela “Bésame, bésame mucho,como si fuera esta noche la última vez”. Acordes de saldo y dignidad, ningún aplauso.
Hervidero de sueños impacientes. Con el móvil del crimen en la mano, se mata el tiempo, y yo apunto, a punto…
Cerca ya de mi destino, el hombre de la camisa a cuadros lee vorazmente “Adiós a las Armas”.
Yo, camino sola…
Entre la muchedumbre es fácil
distinguir a los poetas en el metro,
todos tienen cuidado
de no introducir su alma entre coche y andén.
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