Me bebería todas sus lágrimas
por no verle llorar nunca más.
Me duele tanto, tanto, tanto
su dolor me duele
y no se calma casi con nada.
Dolor de entrañas lejanas,
de embriones soñados,
de diminutas células divididas,
de niño querido.
Me duele profundo y lento
cuando sufre...¡cuánto se sufre!
le acaricio, le suavizo, le alivio
como puedo...
como puedo...
le rozo levemente con palabras
con símiles, acertijos, frases nuevas
para entender,
para entender,
para encender la llama
que ilumine su vida y así, la mía.
Tendré que esperar
Porque los corazones rotos
solo se curan con sal de lágrimas.
¡Cómo me duele que puedas estar pasando por esto!
ResponderEliminarHe pasado media vida sin llorar. La de enmedio, que necesitó mi entereza.
Ahora que me he reencontrado los lacrimales, casi he llegado a controlar la lágrimas.
Son como las copas de alcohol. Unas pocas, las justas, ayudan a relajar el cuerpo y a aliviar el alma de penas. Pero si te pasas, te dejan una resaca de amargura qwue tarda días en volatilizar.
No sueltes más que las justas.
¡ No llores más!
Has conseguido con tus versos que mi lavaparabrisas haga un amago.
ResponderEliminar¡Qué bien sabes llegar!
Es que así, como tu dices, me he sentido muchas veces yo.
ResponderEliminarPadre, madre.... sienten igual. Aunque metabolicen la pena con los ácidos de diferentes órganos. Unos con la razón, otras con el corazón.0
Muchas gracias Diego, las lágrimas de la emoción compartida también son curativas. Siempre un placer y un honor recibir tus palabras. Un abrazo, amigo!!!
ResponderEliminarYa sabes que me siento cómodo yendo al rebufo de tu poesía.
ResponderEliminarPerdón, al rebufo de tu motocicleta, en tu sidecar.
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