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jueves, 3 de octubre de 2013

En una casa de pueblo

Escenarios de historias mudas
de vidas cotidianas, humildes vidas.
Sus habitantes representan la función
tras esos muros de adobe,
donde se esconden espectros de rutinas,
de miedos, de amoríos, de danzas
de festejos, de tormentas, de solanas,
de vida y trabajo, mucha vida.

Barro y paja que ha aguantado
el paso de los años, de una guerra,
de muertes, nacimientos,
de alegrías nuevas de viejas penas.

Casas con corazón en sus esquinas,
con ojos en las puertas y ventanas
que dan la bienvenida al caminante
que despiden a sus muertos en la portada.

Desvanes con estrellas dibujadas
en una techumbre nívea, limpia, almidonada.
Ropa de cama en cajones de madera
con olor a romero y mejorana.
Muebles, sombreros, mil aperos,
canastos con nueces de otra añada,
Sillas viejas restauradas como nuevas
con el barniz de la vida a sus espaldas.
Baúles repletos de ropa,
maletas llenas de recuerdos, vacías de alma.
Sedas, almohadas, telares de ganchillo,
cabeceros de bronce, colchones de lana.

Balcones abiertos al secano
tierra fértil que abre su manos
y te alimenta con frutos
dulces algunos, otros amargos.
Veranos sin calor, tras esos muros
Siestas interminables, ningún ruido.

Patio verde, tinajas, agua de lluvia
racimos de uvas verdes, higos verdes.
Verde y frescor, mucho verde.
Tiestos decorados con primor
pasionaria que trepa y engalana
las paredes de caliza, verde y blanca.


Todo tiene su valor en estas casas
lo inservible cobra vida
y se transforma en algo nuevo
imprescindible.
Ramas de mijo son escobas,
restos de aceite son jabones,
una botella de plástico es maceta.
Si algo se necesita, se inventa.

Se acomodan los objetos
se exhiben los recuerdos
pasado y presente
en una casa de pueblo.














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